quinta-feira, 18 de agosto de 2011

Algunas ideas sobre la lucha por el socialismo en el siglo XXI

Los organizadores del Foro Internacional “Los nuevos retos de América Latina: Socialismo y Sumak Kawsay” me invitaron a hablar sobre las “diferencias entre el Socialismo del Siglo XX y el Socialismo del Siglo XXI”. Y propusieron enfatizar dos temas: “la democracia participativa” y el “nuevo sujeto revolucionario”.

Los socialistas del siglo XXI no pueden alegar ignorancia acerca de cuan compleja y demorada es la lucha por superar el capitalismo y transitar a una sociedad sin clases, sin Estado, sin explotación ni opresión. La lucha por el poder puede resolverse en el plazo de los años, pero la construcción de otra sociedad es un proyecto de décadas y siglos.

El capitalismo surgió en Europa Occidental y de allá se expandió para el mundo. Talvez influenciados por esta trayectoria, los socialistas del siglo XIX imaginaban que las primeras victorias del socialismo ocurrirían en Europa, donde el capitalismo estuviese más desarrollado, principalmente Alemania. Pero la primera revolución socialista victoriosa ocurrió en la Rusia de 1917, en la frontera entre Europa y Asia, entre Occidente y Oriente.

Lenin ya había indicado que Rusia constituía exactamente el “vínculo más débil de la cadena imperialista”. Admitiendo ser más fácil tomar el poder allí que en Alemania, Lenin reconocía, sin embargo, que en Rusia sería más difícil construir el socialismo, debido al atraso político, social y económico. La solución vendría, supuestamente, de la solidaridad de la posterior y subsiguiente revolución socialista en los países europeos más avanzados, estimulada exactamente por el ejemplo del proletariado ruso. Sin embargo, si bien de allá vino la solidaridad, desde 1917 hasta hoy no hubo ninguna revolución socialista victoriosa en las potencias capitalistas occidentales.

Bloqueada al Oeste, la revolución se expandió en dirección Este. Ya en 1918, Stalin diría que “el gran significado mundial de la Revolución de Octubre consiste principalmente en el hecho de haber lanzado un puente entre el Occidente socialista y el Oriente oprimido, constituyendo un nuevo frente de la revolución que, de los proletarios del Occidente, a través de la revolución de Rusia, llega hasta los pueblos oprimidos de Oriente, contra el imperialismo mundial”.

Al proyectar el socialismo en Oriente, el gobierno soviético y el Partido Comunista Ruso (bolchevique) provocaron mutaciones en el proyecto y la estrategia originarias de Marx. Para este, el socialismo sería una etapa de transición entre el capitalismo y el comunismo. Llevado a Oriente, poco a poco el socialismo pasó a ser presentado como una etapa de transición entre el precapitalismo y el comunismo.

Esta novedad era una herejía a la luz del marxismo occidental del siglo XIX, pero no era una idea extraña a la tradición socialista rusa: los narodniks se caracterizaron exactamente por intentar construir un camino que fuese de feudalismo ruso al socialismo, sin pasar por el capitalismo. Lenin inició su trayectoria política combatiendo esa teoría, pero el curso de los acontecimientos lo llevó a capitanear un experimento que podría muy bien ser considerado una variante del “populismo”, acusación que por cierto le fue dirigida en la época por sus adversarios en el movimiento socialdemócrata.

La guerra de 1939-1945, que empezó antes en Asia, con la ofensiva japonesa de 1937, es el telón de fondo de la segunda gran revolución socialista victoriosa. Esta vez ya no en territorio de frontera, sino totalmente oriental: la revolución china de 1949.

Estrictamente, hay que considerar el periodo entre la Guerra del Opio y 1949 como un largo periodo de transición, que en 1911 obtiene una solución provisional y en 1949 una solución definitiva para el gran dilema de la autodeterminación del pueblo chino. El curso de la milenaria civilización, interrumpido de manera violenta por el imperialismo europeo y japonés, es desobstruido con la victoria del Ejército Popular de Liberación, dirigido por el Partido Comunista de China, victorioso fundamentalmente debido a su apoyo en las masas campesinas y urbanas.

Se el Partido Obrero Social-Demócrata Ruso (apodado de bolchevique y, en 1918, renombrado Partido Comunista) supo ser heterodoxo frente a sus congéneres europeos, los comunistas chinos supieron se heterodoxos delante de muchas de las orientaciones de la III Internacional Comunista. Integraron de manera consistente la teoría del imperialismo, la cuestión colonial, la autodeterminación de los pueblos y la lucha por el socialismo. Construyeron una ingeniosa fórmula que hacía del campesinado fuerza principal de la revolución, pero preservando el “papel dirigente del proletariado”, en la práctica encarnado en el propio Partido. Frustrada la copia de la insurrección urbana de tipo ruso, aplicaron una estrategia de “cerco de la ciudad por el campo”, apoyado en una “guerra popular prolongada”. Y a través de la fórmula de la “Nueva Democracia”, buscaron construir un puente de largo alcance entre el atraso económico chino y el proyecto comunista que animaba la dirección revolucionaria.

Sesenta años después, siguen visibles los dos pilares de este puente: por un lado, la innegociable defensa de la soberanía nacional; por otro lado, la atenta consideración de los intereses del campesinado. Curiosamente, será en gran medida la radicalización de los campesinos pobres (sin los cuales la revolución no habría vencido) que explica los zigzags que marcaron los primeros treinta años del poder instalado en 1949. El “gran salto adelante” y la “revolución cultural proletaria” expresaban, en esencia, la voluntad de rebasar el capitalismo, echando mano del voluntarismo ideológico y apoyándose en fuerzas productivas muy atrasadas. Este socialismo campesino fracasó en gran medida por no haber sido capaz de ofrecer salvo un igualitarismo en la pobreza.

Las reformas chinas principiadas en 1978 (de manera similar a la Nueva Política Económica soviética de los años 1920) representaron, a su vez, la reafirmación de un aspecto central de la tradición marxista: la idea de que un modo de producción solo desaparece cuando desarrolla todas las fuerzas productivas que es capaz de contener. En otras palabras: solo es posible superar el capitalismo, en alguna medida desarrollándolo. Lo que, dicho sea de paso, corresponde a la acepción hegeliana del término “superación”.

Desde un punto de vista teórico, el concepto de socialismo como  transición al comunismo es totalmente compatible con la existencia, aunque sea por un largo periodo, de la propiedad privada, el mercado y de las relaciones capitalistas de producción. Pero para los marxistas del siglo XIX, la transición socialista sería temporalmente corta, una vez que tendría inicio en los países capitalistas avanzados; o, por lo menos, contaría con el apoyo de estos (tal era la expectativa de los bolcheviques al tomar el poder en 1917). La idea de una transición corta pierde sentido, sin embargo, cuando el punto de partida es una sociedad esencialmente precapitalista, haciendo que el Estado producto de la revolución sea obligado no solo a controlar, sino marcadamente a estimular la explotación capitalista de la fuerza de trabajo, como medio para aumentar la riqueza social y la productividad media, presupuestos para una sociedad donde haya o máximo posible de abundancia y tiempo libre.

Desde este punto de vista podemos decir que los comunistas chinos respetan la tradición marxista clásica, cuando sostienen que están todavía en la “fase inicial del socialismo”, que esta durará muchas décadas y que su objetivo en esta fase es el de construir una sociedad “modestamente acomodada”. Y son igualmente coherentes cuando consideran esencial la preservación de la paz, pues conocen por experiencia práctica y observación el costo económico-social de las guerras y los límites que tiene (para el proyecto de orientación socialista) el tipo de desarrollo proporcionado por la inversión en el complejo militar. Sin embargo, la proyección exterior del Estado chino genera conflictos que pueden muy bien ser equiparados a los causados por la expansión económica de países capitalistas. Pues lo que está en cuestión, en este terreno, es la disputa de mercados y materias primas, además de hegemonizar y proteger territorios, así como preservar reservas financieras.

Algunas semejanzas con el caso de la URSS pueden ser trazadas. Superadas, alrededor  de 1925, las expectativas en una revolución socialista inmediata en los países occidentales, la estrategia política y militar soviética fue tornándose cada vez más defensiva. Esto fue acompañado por la creación de un cinturón de protección, bien como de “cabezas de puente” político ideológicas en el interior de los países capitalistas centrales. Pero el “expansionismo soviético” fue esencialmente una creación de la máquina de propaganda de los Estados Unidos. El pacto con la Alemania nazi y los ataques contra Finlandia y Polonia respondían al mismo objetivo: operaciones defensivas, frente al temor de que Inglaterra y Francia empujasen a los alemanes en el sentido de buscar su “espacio vital” en el Este. Y cuando la Segunda Guerra termina y comienza la división de áreas de influencia, la postura general de la URSS es bastante moderada.

Al tiempo que adoptaba una línea defensiva en el plano político-militar, el PC soviético construyó una orientación estratégica de buscar el  socialismo a través de la coexistencia y competición pacífica con el capitalismo. Coherente con esto, se formuló también la tesis de la “transición pacífica” para el socialismo, buscando resolver (en el papel al menos) otra paradoja: las revoluciones socialistas ocurrieron en general en condiciones de guerra, pero las guerras arruinan las condiciones de construcción del socialismo.  En los años 1950, el PC chino acusó la formulación soviética de “revisionismo”, dando inicio a un enfrentamiento que resultaría en la ruptura entre China y la URSS, así como entre los respectivos partidos. Irónicamente, la orientación actual del PC chino frente al mundo capitalista es, exactamente, buscar equiparar y superar.

En cierto sentido, la estrategia mundial del Partido Comunista chino es una versión concentrada y actualizada de aquella que fue adoptada por el PC soviético, especialmente a partir de su XX congreso (1956). En el caso de la URSS, esta orientación no siempre parecía moderada, sea por causa de la confrontación entre el campo socialista versus el capitalista (con momentos “fríos” y otros “calientes”, como en las guerras de Corea y Vietnam); sea debido a la actuación del movimiento socialista internacional, en sus variadas ramificaciones; sea debido a la propaganda anti-comunista.

Hoy, la no existencia de una polarización entre los “campos” capitalista y socialista, asociada al debilitamiento de todas las familias ligadas al movimiento socialista, permite constatar con más claridad el bajo perfil de la estrategia china. Esta estrategia resulta, al menos en parte, de una interpretación muy realista acerca del actual periodo histórico. Ya en los años 1970, sectores del Partido Comunista chino apuntaban a la existencia de un reflujo de los procesos revolucionarios (efectivamente, Vietnam fue la última gran revolución socialista victoriosa. La revolución nicaragüense no fue socialista y la revolución de Irán en 1979 responde a otro tipo de proceso histórico).

Al inicio de los años 1990, con la disolución de la URSS e con el unilateralismo estadounidense, podemos decir que el conjunto del movimiento socialista entró en un periodo de “defensiva estratégica”.

La situación empezó a cambiar entre 1998 y el 2008, primero con la ascensión de varios gobiernos de izquierda en América Latina; y, después, con la crisis internacional. Pero estos acontecimientos no llegaran a alterar la naturaleza del periodo, que sigue siendo de “defensiva estratégica”.

Una señal de esto es el contraste entre la profundidad de la crisis internacional y la capacidad que los grandes Estados capitalistas tuvieron para evitar su desbordamiento político-social.

Otra señal es la existencia de una contra ofensiva de la derecha latinoamericana, que recibió el paradójico refuerzo de la crisis internacional, que crea dificultades económicas para la mayoría de los gobiernos progresistas; y de la victoria de Obama, cuya imagen positiva (construida mediáticamente y facilitada por el contraste con Bush) permitió a los EE.UU. recuperar parte de su margen de maniobra.

Frente a esto, la izquierda latinoamericana busca no perder ningún gobierno para la derecha, acelerar el proceso de integración regional e insistir en el camino de los cambios estructurales.

La cuestión práctica está en cómo hacer esto, evitando dos errores: a) ir más allá de nuestra capacidad de sustentar políticamente los procesos; b) no alcanzar lo necesario para que podamos acumular fuerzas en dirección del socialismo.

Es verdad que en varios países, el proceso en curso ya viene siendo llamado “revolución” o incluso “socialismo”. Esto tiene varios motivos, y en el fondo confirma que América Latina necesita una revolución socialista. Pero es necesario recordar que la retórica es incapaz de solucionar problemas que todavía no logramos resolver en la práctica.

A lo largo del siglo pasado, el movimiento socialista hizo de todo un poco; lucha social, ideológica, política y militar; construcción de partidos y de Internacionales; grandes revoluciones victoriosas y otras derrotadas. Y estuvo directamente involucrado en dos grandes experimentos: el Estado del bienestar, en el cual se empeñaron los socialdemócratas; y los intentos de construcción del socialismo, dirigidos por los comunistas.

El movimiento socialista del siglo XX fue derrotado, pero el repertorio de experiencias es inmenso. Por el contrario, las experiencias y los intentos de los socialistas de nuestro siglo aún son muy limitadas. Aunque aceptemos la tesis del “corto siglo XX”, iniciado en 1914-1917 y concluido en 1989-1991; aún así, el siglo XXI empezó hace poco. En este periodo, no vivimos ninguna gran revolución. En América Latina, por ejemplo, por más que nos enorgullecemos de los gobiernos que conquistamos, debemos reconocer que estamos muy lejos del radicalismo político y profundidad social alcanzadas por la revolución cubana de 1959.  La lucha por el socialismo en el siglo XXI todavía no protagonizó ninguna revolución de este tipo, capaz de destruir el aparato del Estado y expropiar a la antigua clase dominante. En el plano de la teoría, estamos atrasados en lo que respecta al análisis del capitalismo contemporáneo, al balance de los intentos de construcción del siglo XX, y la elaboración de una estrategia para la lucha por el poder y la construcción del socialismo en las condiciones del siglo XXI.

Por todo esto, considero prematuro hablar de las “diferencias” entre el socialismo del siglo XX y el socialismo de siglos XXI. Creo que es más exacto hablar de socialismos, estrategias y sujetos revolucionarios. Siempre en plural.

Nuestro movimiento siempre fue plural, geográfica, sociológica, teórica, organizativa y políticamente. Esto no implica igualar las diferentes tradiciones, sino que implica considerar que todas dieron contribuciones que, nos guste o no, forman parte del patrimonio colectivo del movimiento socialista.

Uno de los motivos de la pluralidad socialista es el capitalismo. El modo de producción capitalista impulsa una tendencia a la uniformización, pero las formaciones socio-económicas hegemonizadas por el capitalismo, en las distintas regiones del mundo y épocas históricas, presentan diferencias importantes. Mientras sea así, la superación del capitalismo exigirá diferentes estrategias de resistencia, de conquista del poder e de construcción del socialismo. No significa decir que todas las estrategias son válidas, sino que significa que el movimiento socialista debe rechazar la idea de que exista una única estrategia válida para todos los lugares y tiempos.

Otro motivo por el cal debemos usar el plural, es porque las diferentes cales y sectores que luchan contra el capitalismo, no poseen los mismos objetivos de largo plazo y por eso su unidad es siempre conflictiva.

El proletariado (o sea: la clase de los trabajadores desprovistos de medios de producción y q venden su fuerza de trabajo para los capitalistas) continúa siendo la clase social objetivamente interesada en una sociedad donde los medios de producción se vuelvan propiedad colectiva.

Pero el proletariado del siglo XXI no es igual al del siglo XIX o XX; posee en su interior diferentes fracciones de clase, con distintos intereses; sin hablar de las diferencias nacionales. Además de esto, para que el proletariado sea revolucionario en la práctica, necesita forjar una alianza con los demás sectores sociales que están en conflicto con el capitalismo, en cada época y región concreta, alrededor de un programa y de una estrategia. No siempre el proletariado es capaz de esto y otros sectores sociales asumen la vanguardia.

Por esto, si en el terreno del análisis teórico del modo de producción capitalista podemos hablar de “clase revolucionaria”, en el terreno del análisis estratégico tenemos que utilizar siempre el plural y hacer un “análisis concreto de la situación concreta”.

Vale decir que la pluralidad de “sujetos revolucionarios” va más allá de la existencia de distintos partidos, programas y estrategias, incluyendo aquellos cuyo horizonte máximo es mejorar la vida del pueblo, en el marco del capitalismo. Es necesario considerar, también, los que defienden un tipo de socialismo que supone preservar formas de organización social precapitalistas; y otros para los cuales el socialismo se confunde con antiimperialismo. En fin, la ecología del movimiento socialista moderno es tan amplia, que las categorías en plural son más adecuadas.  

El debate sobre el socialismo en América Latina de este inicio del siglo XXI nos debe ayudar a responder cómo pasar: a) de la condición de gobierno, a la condición de poder; b) de la situación actual, en que estamos mejorando la vida del pueblo en el marco del capitalismo, para una nueva situación en que podamos mejorar la vida del pueblo en el marco de una transición socialista. Un debate que debe tomar en cuenta la experiencia paradigmática del gobierno de la Unidad Popular en el Chile de 1970-1973.

Si tenemos éxito en la combinación entre las diferentes estrategias nacionales y una estrategia continental de integración, daremos una contribución  importante para que el movimiento socialista salga de la actual situación de “defensiva estratégica” y entre en una situación de “equilibrio estratégico”, al menos en nuestro continente.

Esto se volvió posible debido a la existencia de una situación mundial de crisis & transición: a) crisis de la doctrina neoliberal, en un momento en que el pensamiento crítico todavía se recupera de los efectos de más de dos décadas de defensiva político ideológica; b) crisis de la hegemonía estadounidense, sin que haya un hegemon  sustituto, el que estimula la formación de bloque regionales y alianzas transversales; c) crisis del modelo de desarrollo conservador & neoliberal en América Latina y en Brasil, estando en curso una transición para un pos neoliberalismo, cuyos trazos serán definidos a lo largo de la propia caminata.

En otras palabras, una situación en que los modelos antes hegemónicos están en crisis , sin que hayan emergido claramente los modelos sustitutos.

Un elemento central de esta situación mundial es la crisis del capitalismo neoliberal, en la cual convergen: a) una crisis clásica de acumulación; b) el agotamiento de la “capacidad de governanza” de las instituciones Bretón Woods; c) los límites del consumo insustentable de la economía estadounidense; d) la dinámica de especulación financiera.

Este conjunto de variables apunta a un periodo más o menos prolongado de inestabilidad internacional. En el corto y mediano plazos, la inestabilidad está vinculada a la crisis del capitalismo neoliberal y al decaimiento de la hegemonía estadounidense. En el largo plazo, corresponde a la creciente contradicción entre la “globalización” de la sociedad humana versus el carácter limitado de las instituciones políticas nacionales e internacionales.

Estas tres dimensiones de la inestabilidad hacen que sea más urgente y, al mismo tiempo más difícil, la construcción de alternativas. El viejo modelo no funciona adecuadamente, pero continua inmensamente fuerte, mientras los nuevos modelos económicos y políticos están surgiendo, pero todavía no consiguen imponerse.

La crisis evidenció el alto costo social y ambiental del capitalismo, especialmente en su versión neoliberal, fortaleciendo ideológicamente los sectores que defienden un “capitalismo no neoliberal”. Fortaleció también, en mucho menos escala, a los que proponen una alternativa socialista al capitalismo.

Pero el fortalecimiento ideológico de los sectores progresistas y de la izquierda se da en el marco de una situación estructural que todavía conspira a favor de un desenlace conservador para la crisis. Aunque fuertemente alcanzados, los países centrales concentran inmenso poder económico, político y militar. El tamaño de esta hegemonía capitalista puede ser medido, paradójicamente, por la profundidad de la crisis del 2008  y, al mismo tiempo, por la capacidad que los grandes Estados capitalistas demostraron  para evitar el desbordamiento político social de la crisis, a favor de las izquierdas.

Además de eso, tres décadas de hegemonía neoliberal limitaron el horizonte intelectual y la fuerza político social de los sectores críticos. Esta condiciones y límites son evidentes cuando observamos el desencuentro entre el tamaño de la crisis y la timidez de las propuestas y medidas, especialmente sobre una nueva moneda internacional, así como la ineficacia de las políticas globales de combate a la pobreza y la desigualdad.

Es en ese contexto que gana importancia el proceso de integración latinoamericano y caribeño, especialmente entre los países de América del Sur. El tema central, en este proceso, es el siguiente: cómo consolidar lazos económicos, sociales, políticos, militares e ideológicos que permitan a los países integrantes convivir, sin subordinación o dependencia, con el espacio geopolítico todavía hegemonizado por los Estados Unidos y la Unión Europea.

La cuestión subyacente es la siguiente: ¿será posible, más que convivir, sustituir el arreglo económico internacional que tiene en los Estados Unidos su elemento organizador (y desorganizador) central, por un nuevo arreglo, basado en la combinación entre expansión de los mercados internos e intercambio comercial, que no sea dependiente de las ofertas de crédito, insustentables a mediano plazo, proporcionadas por la emisión sin barrera de dólares?

Cualquiera que sea la respuesta para estas cuestiones, es necesario tener claro que estamos frente a disputas de larga duración, que ocurren en un ambiente de acentuada inestabilidad, en dos planos distintos pero articulados: por un lado, la disputa al interior de cada país; por otro, la competencia entre los diferentes Estados y bloques regionales. De esa disputa pueden emerger desenlaces conservadores o progresistas: pero también pueden emerger soluciones socialistas, comprometidas con la más profunda democratización, el internacionalismo, la planificación democrática y ambientalmente orientada, así como la propiedad pública de los grandes medios de producción. Es por esto que trabajamos.

Este texto es una contribución para el Foro Internacional “Los nuevos retos de América Latina: Socialismo y Sumak Kawsay”, realizado en Quito (Ecuador) en los días 18 y 19 de enero de 2010.

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